¿Cómo llenar el vacío que deja Estados Unidos?

¿Cómo llenar el vacío que deja Estados Unidos?

Si es verdad que no hay mal que por bien no venga, el vacío que deja Estados Unidos replegando su liderazgo internacional y modificando su relación con el mundo es una gran oportunidad.

En Asia, Europa, América Latina y otras partes, la primera reacción ante un Estados Unidos que proclama, con acento nacionalista, “America First” y cuestiona la vigencia del complejo entramado internacional de la posguerra, ha sido el desconcierto. Como ovejas sin pastor, los gobiernos han deambulado por la pradera sin rumbo, sin orden. Qué hacer, se preguntaban unos; otros lanzaban frases a la defensiva sin mucha ilación o sentido estratégico.

Ahora, sólo ahora, empieza a notarse, pasado el “shock”, un esfuerzo algo mayor por afrontar ese problema que es en cierta forma una crisis de crecimiento. La globalización está reclamándoles a los países que antes lo esperaban todo de Washington que salten de la adolescencia a la adultez.

En Asia, China ha dado un paso al frente. El Presidente Xi Jinping, que es el jefe del Estado de una potencia nacionalista donde las haya, proclamó en Davos hace muy poco que si Estados Unidos no quiere liderar la globalización, le tocará a Pekín hacerlo. Mientras  Japón opta por la prudencia y espera el resultado de la visita de Shinzo Abe a Donald Trump este fin de semana para hacerse una idea más cabal de lo que cabe esperar, los chinos están ya trazándose metas estratégicas. Una persona clave en ese esfuerzo, Zhang Jun, que jefatura una oficina de asuntos económicos internacionales al interior del Ministerio de Relaciones Exteriores, ha afirmado que China no quiere asumir el rol de liderar al mundo, pero que si quienes tienen esa responsabilidad abjuran de ella, no habrá más remedio.

Los países que recelan del hegemonismo chino en los mares que comparten con China temen que el repliegue internacional de Trump los deje demasiado expuestos. Pero apuestan a que la desconfianza que tiene el presidente norteamericano frente al gobierno chino lo lleve por la vía bilateral, en vista de que ha renunciado a vías multilaterales, como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, a fortalecer la protección que piden los asiáticos. El viaje que acaba de hacer Jim Mattis, Secretario de Defensa de Trump, a Tokyo y Seúl los reconforta. Pero sólo a medias: el vacío internacional dará a China en cualquier caso un nuevo espacio para desplegar su liderazgo.

En Europa, la situación interna complica mucho la respuesta a lo que está sucediendo. Una razón es la dificultad de Alemania, el líder natural de la Unión Europa, para ejercer su función internacional en medio de una compleja dinámica interna. De un lado, el antiamericanismo, nunca muy alejado del espíritu europeo, ahora se ha apoderado de una buena parte del Viejo Continente. Pero ocurre, al mismo tiempo, un fenómeno contrario: un vasto segmento de la población quiere que en Europa se haga lo mismo que hace Trump en Estados Unidos (encuestas recientes muestran un apoyo significativo a sus medidas relacionadas con la inmigración y con siete países musulmanes que). Una Alemania líder no puede darse el lujo de acaudillar a una Europa antiestadounidense, pero tampoco de emular el ejemplo nacionalista de Trump porque la consecuencia inmediata sería la disolución de la Unión Europea, algo así como la metástasis del “Brexit”.

Como si este escenario no fuera de por sí desestabilizador para el rol que venía jugando Berlín en Europa, la Canciller Angela Merkel está en campaña para la reelección, pero enfrenta, de un lado, el resurgimiento de los socialdemócratas, a quienes el antitrumpismo ha insuflado mucha energía, y del otro el crecimiento de corrientes nacionalistas de derecha que le enrostran haber puesto en peligro la convivencia con la entrada masiva de refugiados sirios, iraquíes y de otros lugares.

Francia, que podría apuntalar el papel de Alemania ante el vacío que deja Trump, es el menos indicado para ejercer un rol de importancia en medio de una campaña electoral en la que se sitúa a la cabeza de los sondeos nada menos que Marine Le Pen, líder de la derecha nacionalista, xenófoba y contraria a la Unión Europa, y en la que el Presidente Hollande es tan impopular que tuvo que renunciar a presentarse a la reelección.

Europa todavía no sabe, por tanto, cómo llenar el vacío. Siente una amenaza: de allí la reacción frontal contra la posibilidad de que Trump nombre embajador ante la Unión Europea a Ted Malloch, un académico estadounidense afincado en el Reino Unido que respalda el “Brexit” y ha dicho con rotundidad que el bloque de los 28 países está en vías de disolución. Bruselas cree que si Malloch, o alguien parecido, resulta nombrado por Trump, su misión será dar aliento a quienes quieren acabar con la Unión Europea. Según Malloch, Trump aspira a reemplazar la relación con el bloque por un conjunto de relaciones estrictamente bilaterales con sus miembros y privilegiar la que Washington tiene con Londres (de por sí toda una declaración de intenciones en el momento en que Theresa May, Primera Ministra, inicia la separación entre su país y el bloque europeo).

¿Y América Latina? También hubo desconcierto, inseguridad, falta de ideas claras e iniciativas estratégicas en un primer momento. Aunque hubo algunas declaraciones de solidaridad con México cuando Trump anunció la construcción del muro fronterizo, se echó en falta una mayor capacidad de respuesta estratégica. Pero eso empieza a cambiar. El Presidente Mauricio Macri parece haber tomado la decisión de dar un salto cualitativo ante la oportunidad que se abre.

Su idea es que se acerquen decididamente el Mercosur, que ya no está bajo el control del populismo (incluso Venezuela está suspendida como miembro), y la Alianza del Pacífico, en la que hay un país clave en todo esto, México, y que representa una apuesta por lo contrario de lo que está ocurriendo hoy en Estados Unidos. Curiosamente, esta iniciativa de Macri se parece a la que tuvo Michelle Bachelet nada más al llegar a La Moneda, sólo que en el caso del gobierno chileno la intención original apuntaba a tender puentes con los populistas y la de Macri se inclina por lo contrario: alejar al Mercosur de una vez por todas de ese paradigma feneciente en la región.

Si prospera la reunión de ambos bloques que Macri y Bachelet esperan convocar para dentro de pocas semanas, podríamos estar ante un escenario muy interesante: el de una América Latina cohesionada en términos políticos para apostar decididamente por la globalización. No para enfrentarse a Estados Unidos porque, como ha dicho la gente de Macri, eso sería perjudicial, sino para afrontar inteligentemente el desafío actual. Brasil -donde el Presidente Temer acaba de ver su liderazgo reforzado tras mantener el control de la Presidencia del Senado- está en la misma longitud de onda que Macri. De allí, por ejemplo, que ambos estén interesados en resucitar la negociación con la Unión Europea que sus antecesores habían dejado poco menos que periclitar.

Quien haya prestado alguna atención a esta columna en años recientes probablemente recuerde las muchas veces que aquí se insistió en la importancia que tenía darle a la Alianza del Pacífico una voz política -en el sentido de la defensa de ciertos valores-, ya que si quedaba confinada en un ejercicio comercial su liderazgo se vería muy limitado. Ni Brasil ni Argentina pertenecen a la Alianza del Pacífico, pero los líderes más modernos de ambos países dicen a menudo que les gustaría vincularse a ella o incluso ser miembros. Ahora que el Mercosur se está acercando a la Alianza del Pacífico, ante la necesidad de apostar por la globalización para llenar el vacío dejado por Trump, en cierta forma ese propósito integrador se está empezando a cumplir, sólo que por vía indirecta.

Lo importante es que la plataforma que salga de ese acercamiento entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico sea inequívocamente afín a las ideas que más hace falta reforzar ate el apogeo del populismo nacionalista. La manera de hacer eso no es desatar enfrentamientos infantiles y tontos con Washington; más bien, darle a América Latina un papel internacional que no ha querido jugar hasta ahora (salvo sus moribundos o fenecidos gobiernos populistas).

Un aliado importante que tendrán estos pasíes será, presumiblemente, el Perú. Pedro Pablo Kuczynski ha dicho algunas veces, en respuesta a la decisión de Washington de retirarse del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, que el esfuerzo de integración debería continuar, con independencia de la participación estadounidense. Aunque en la práctica es difícil que el TPP (por su acrónimo en inglés) sobreviva, pues países como Japón se niegan a integrarlo sin la presencia de Estados Unidos, lo que cabe rescatar es la afirmación de los valores de la globalización y la vocación de integración con la otra orilla del Pacífico.

Así, pues, se comienzan a dibujar sobre la arena mundial algunos trazos, todavía tímidos pero perceptibles, de lo que podría ser un nuevo orden internacional. Desde luego, sería un error creer que el mundo puede darse el lujo de prescindir de Estados Unidos. El repliegue de su liderazgo en los términos tradicionales no quiere decir que la primera potencia se vaya a poder desconectar del mundo. Trump descubrirá -lo está descubriendo ya- que eso no es posible. Podrá debilitar la presencia estadounidense en ciertos organismos, la relación con algunos bloques y alianzas, o restarle proyección a su país como impulsor de ciertos valores, pero el peso económico y político seguirá estando allí.

De lo que se trata, en consecuencia, no es de reemplazar a Estados Unidos o prescindir de él, sino de llenar el espacio que ocupaba su liderazgo en ciertas áreas y asuntos.

Una incógnita importante a estas alturas es Europa. Los valores de la democracia liberal y la globalización no pueden ser defendidos con suficiente firmeza y proyección sin la participación de los europeos. Esto sería así en cualquier caso, pero lo es mucho más ante el repliegue del liderazgo de Estados Unidos. El liderazgo de China tiene el doble límite de que no es una democracia liberal y de que muchos de sus vecinos le temen a sus espasmos hegemónicos; el de América Latina enfrenta el obvio límite de una región que todavía no ha dado el salto al desarrollo definitivamente.

Este año habrá tres procesos electorales determinantes en el Viejo Continente: los de Holanda (marzo) Francia (mayo) y Alemania y (octubre). En los primeros dos el populismo nacionalista va adelante y en el último puede privar al partido de Merkel de los votos para derrotar a los socialdemócratas. Antes de liderar el mundo libre en compañía de otros, Europa tiene que decidir, ella misma, si quiere seguir siendo una democracia liberal con vocación global.

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