Algo trae el Potomac

Algo trae el Potomac

Veinte años después….

 

Regreso a colaborar en ABC, diario con el que tuve una carnal relación como articulista y corresponsal en la década de los 90´, veinte años después. A diferencia de los mosqueteros de Dumas, no vuelvo para salvarle el occipucio a Carlos I ni para batirme con la Fronda francesa, sino, atendiendo la honrosa invitación de esta centenaria institución del periodismo español, para tratar de encender una modesta cerilla liberal en la cueva oscura de los tiempos antiliberales que corren.

Colaboré con ABC en una década excesiva en entusiasmos: se venía abajo el imperio soviético, se fusionaban las dos Alemanias, la “Tercera Vía” de Blair y Clinton asumía, tosiendo y con disimulo, el triunfo tremebundo de Reagan y Thatcher, los chinos se volvían de derechas y América Latina subastaba el Estado. Presumíamos, y presumíamos mal, que la Historia se había pasado a nuestro bando.

Las dos décadas siguientes, que no viví desde ABC, revelaron lo excesivo de aquellos entusiasmos de los 90´. El terror islamista sucedió al comunista; Putin restauró el peor zarismo; el músculo militar chino empezó a ejercitarse con no menos ímpetu que el capitalista; el desenfreno crediticio de los bancos centrales, las instituciones financieras y las familias irresponsables hizo ¡pum! y el “Socialismo del Siglo 21”, que era el de siempre, embrujó otra vez, con sus abracadabrantes embustes, a media América Latina (confirmando la fulminante definición de H.L. Mencken sobre los demagogos: “Aquel que predica doctrinas que sabe falsas a hombres que sabe que son idiotas”).

Ahora, veinte años después, ¿qué? La democracia liberal está bajo asedio populista a izquierda y derecha. Se ha vuelto “chic” la matonería rusa y la turca para demasiados europeos; el nacionalismo populista excita a demasiados estadounidenses; el expansionismo hace orgullosos a demasiados chinos; coletea todavía, pero cada vez menos, el populismo latinoamericano; el mundo musulmán se lo han vuelto a repartir los uniformados autoritarios y los fanáticos de la media luna, sofocando el grito de libertad que llamamos, prematuramente, Primavera Árabe.

Mala cosa para el mundo, buena para una columna. ¿Qué es, qué debería ser, una columna? Respondo nombrando, con una venia, a un puñado de columnistas excelsos: el citado Mencken, porque cierto cinismo es indispensable para no morir de desesperación; Bernard Levin, quien predijo en 1977 que el comunismo se desplomaría en 1989, y cómo lo haría, porque supo descifrar los códigos internos del sistema; Indro Montanelli, por su independencia y capacidad para dar al vértigo de los hechos la fluidez de la síntesis; Ortega y Gasset, porque sus columnas eran en realidad prefiguraciones de libros: te daban ganas de más; Jean-François Revel, porque decía que la columna lograda giraba en torno a una sola idea. Quizá Maureen Dowd, porque se puede ser de izquierdas y no temerle a la sofisticación, y Peggy Noonan, porque se puede ser de derechas y sentir la tentación de la orilla de enfrente.

He nombrado mi columna “Algo trae el Potomac” porque moro en Washington y porque el nombre de mi río significaba, en el idioma de los indios algonquinos, “algo que trae”. Ese “algo” era el comercio libre que bajaba por sus aguas, pero también la expectativa de cosas nuevas, mejores.

Desde el Potomac, me gustaría traer a los lectores cosas libres y mejores. Por lo pronto, les traigo gratitud y esta pequeña lista de mis pasiones confesables para que me conozcan mejor: me pone la libertad, la lectura, la música clásica, el fútbol (soy del Barça, lo digo aquí carraspeando un poco), trabajar para mí mismo y buscar en la Bolsa, con prudencia, valores con los cuales casarme para siempre. Mis demás pasiones son impublicables.

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